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EL CUENTO BREVE EN LA PLUMA DE ADRIÁN ESCUDERO--(*) 

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 El cuento breve tiene sus leyes. Y quizá una de las más precisas (y aceptadas) sea la no de responder a ninguna. Porque en el cuento breve todo está cifrado en la maravilla, en el incierto arte de maravillar. Hoy que el cuento breve ha pasado a ocupar un lugar de impensado privilegio contemporáneo, acepta recibir nombres diversos y posiciones también diversas. Nanoficción, microficción, microrrelato, su tiempo literario asume las condiciones que se corresponden con el tiempo de un lector que -a su vez- espera otras alturas narrativas singularmente nuevas o, si se quiere, movilizadoras en las esencias del enigma.
 
   Desde la aparición del realismo mágico, muchas razones han contribuido a proponer la escritura de páginas de otro tránsito ficcional. Ya no es lo fantástico por lo fantástico en sí; otras sustancias se incorporan al recetario y, como quien arma un nuevo digesto, esa literatura comienza a transitar otros canales de despojamiento. Escenarios y personajes sonambulescos pueden convivir con aritméticas del pensamiento filosófico, o energías oníricas descifrar tiempos de futuro con la misma naturalidad (la misma) con la que se respira o se tose. El lugar de cada cosa, la acción de cada forma, conviven en un espacio de precisiones que -sin embargo- tantas veces no está asentado del todo. El autor (siempre cómplice del lector) abre ventanas imprecisables que, por eso mismo, proponen otros aires de asociación narrativa. ¡Y de qué manera esta complicidad, cuando está bien propuesta en sus engarces, genera cadenas de deleite, asombro, incertidumbre!
 
   Adrián Escudero, desde hace años, pergeña cuentos breves entre otras formulaciones literarias. No es el desarrollo menor o la búsqueda de concisión lo que lo mueve. Más bien (y en esta apreciación hay que ser cauto) cierta necesidad muy propia de responder con humor o algún sesgo de dramatismo a determinado juego simbólico de vida-muerte. Hacer que la escena pueda salir de su mediatez y alcance -por obra y gracia de una secuencia sin rispideces- la necesaria temperatura para impresionar. Nada menos.
 
   La obra que reedita y que ahora toma el canal electrónico después de haber merecido la edición gráfica en 1990, posee sus propias naturalidades. Sobre una base de visión salvífica, bordea -no obstante los conceptos precedentes- la forma del relato. Y dentro de él, por cierta energía que transita las páginas con palabras misioneras, un universo en paz y celebración. Adrián Escudero extrae del credo bíblico sus tempos de exégesis. Lo hace, más que en el desarrollo de apacibles parábolas o de claves, con una pasión pertinaz que lo ubica en una suerte de literatura de anticipación. Desde el Allegro al Adagio, desde el Menuetto al Finale, sus criaturas gozan un estado de gracia que conmueve y a la vez moviliza. Un credo bíblico pareciera alimentar los estados, no sólo porque pueden aparecer Noé o Elías, Cristo o Isaías, sino porque el clima envolvente de páginas y palabras observa un cuasi compás hímnico de perfección y reencuentro.
 
   ¿Cabría calificar entonces a Breve Sinfonía y Otros Cuentos como una literatura ajena a clasificaciones ortodoxas? No en un rígido concepto. Sí como relatos de premoniciones e intemporalidades, de Presencias y Llamados, de augurios y maravillas. Relatos en los que se hace una exégesis de lo inasible, a la vez ratificación de los credos universales que conducen a la existencia humana. Nada menos. Así, Escudero habla de un segundo de siglos. Proclama las arenas penumbrosas de la memoria. Descubre la tibia inquisición del sol. Su prosa no trepida ante el anuncio de una Nueva Sociedad. Fuera de esoterismos, construye cosmos de alegoría en los que el hombre puede soñar sueños limpios, augurales, de paz y de concordia.
 
   No es ajeno que el escritor dedique o rememore a Lovecraft, Tagore o Borges, en alguna de sus narraciones. Y aún a ese otro argentino, Anderson Imbert, que hizo de la ficción castillos maravillosos de imaginería. Porque Escudero ama lo fantástico-creíble: esa transición entre lo real-imaginado que, en su caso, concilia con espacios místicos de amor y pureza.
 
   Feliz resulta que convoque y ofrezca sus escritos a dos santafesinos de fe que mucho sembraron en nuestra literatura y dieron testimonio de una ética incontrovertible: Edgardo A. Pesante y Hugo Mataloni. Ellos, no lo dudo, hubieran avalado y juzgado estos relatos con otra profundidad mayor a la mía. No obstante, en la memoria de ambos y en el propio criterio evaluativo, cifro la elocuencia de esta Breve Sinfonía de Adrián Escudero, que hoy toma el camino electrónico y se proyecta al mundo.
 

REALISMO MÁGICO, POESÍA Y TRASCENDENCIA

[1] TAVERNA IRIGOYEN, Jorge Manuel - Santa Fe, Argentina (01-01-1934). Médico cirujano. Escritor, poeta, ensayista, crítico, jurado e historiador del arte; curador, gestor cultural, periodista y académico. Fue crítico de arte en el diario El Litoral (Santa Fe) entre 1964 y 1990, y profesor de Introducción Crítica y de Historia de la Crítica de Arte. Fundador y Director del Centro 

[2] VILLACAÑAS, PALOMO, Beatriz. Poeta nacida en Toledo (1964), España. Junto con la poesía, su obra incluye ensayo, narrativa, crítica literaria y aforismo. Doctora en filología y profesora titular de literatura inglesa e irlandesa en la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. E

(*)IMAGEN RECIBIDA CON EL ANALISIS PRECEDENTE.